En la primera ola:
Sonriente salté sobre los charcos. Cuando nadie me miraba, bailé bajo la lluvia. Miré al cielo y me sentí agradecido. Giré al norte y comencé a caminar.
En la segunda ola:
Escribí cartas de amor. Metí mil besos en botellas que acabaron en el mar. Sentado en la orilla observaba el horizonte. Envidié las gaviotas y hablaba con ellas todas las noches.
En la tercera ola:
Me alejé para llorar. Volví sobre mis pasos. Revolví entre mi sombra para encontrar la mentira y la verdad, el deseo… la soledad. Tomó mi mano y ya no la soltó.
En la cuarta ola:
Ella me encontró. La besé. Me arropó. Me enamoré. Lo conseguí. En sus brazos el tiempo se detuvo: su piel y mi piel, las horas y su latir.
En la quinta ola:
Dormí como un niño. Desperté sin soñar. Amarré a mis fantasmas bajo el sol del mediodía. Caminé… corrí… me marché a ningún lugar. Me arrepentí.
En la sexta ola:
Los cuervos anidaron. El viento del sur se volvió frío. Me escondí tras mis gafas oscuras. Tracé una línea negra que ya no pude traspasar.
En la séptima ola:
Las estrellas se clavaron en mi piel como finísimas agujas. Salí a pasear bajo la lluvia. La luna me escuchaba, pero nunca llegó a contestar.
De espaldas al mar, hace tiempo que espero la octava ola, rompiendo, sobre mi alma y contra las rocas… la espuma se llevará los trazos confusos de mis letras. Cuando ésta desaparezca y hasta que el tiempo lo borre, mi nombre será lo único que quede escrito sobre la arena.