No es la arena de un reloj la que hace que el tiempo se marche.
Aquella noche de Otoño presagiaba tristeza pero aún así, decidí seguirte.
Bailamos pegados y con los ojos cerrados, cegados por las luces. Cuando la música paró, te fuiste caminando del brazo de mi mejor versión.
Todo lo que sube se olvida y luego, con suerte, se sueña. En la primera hora del segundo día, te cansaste de pensar.
No volví a seguirte… ¿para qué?
A veces regreso al mismo lugar y bailo solo, bajo las mismas luces.
Después caigo en espiral por la arena de mi tiempo.