Años más tarde supe que
mi “quizá” era imposible.
Sólo había un intento,
pero tuve frío y tuve miedo
del hueco que quedaba.
Lo cubrí con sueños,
cerré los ojos y
conté hasta mil.
Todo ello para no
pensar en nada más.
Mi quizá era imposible,
impensable,
el único y el último.
El antes y el después
del ‘puede que tal vez’
se hundió sin hacer ruido,
pesaba demasiado.
Ahora ya no pesa,
ya no está,
ya ocurrió
y ni siquiera
lo recuerdo.
Pero duele todavía.