Mi hada –malvada– y yo

Sentada en mi silla, sobre mi ropa doblada y recién planchada, el hada malvada (que vive bajo mi cama) suelta un sonoro “jaque mate” en su primera jugada. No objeto nada y vuelco mi rey blanco sobre el tablero.
Ella sonríe siniestramente al tiempo que me muestra sus sucios y largos colmillos.

Mientras el hada coloca en posición mi rey y su peón, miro por la ventana cerrada.
–Deja de mirar y juega conmigo–, me dice.
Yo no le digo nada, nunca sé qué decirle. Simplemente, esta vez decido no hacerle caso.
Oigo los pasos de mi hada malvada caminando hacia mí. Sigo dándole la espalda mientras espero, de un momento a otro, sus largos colmillos hundirse bien adentro, en mi cuello. Pero justo antes de que suceda, mi imaginación rompe el cristal de la ventana y siento el viento fresco inundar la habitación.

Artículos imaginarios

CINCUENTA Y UNO

Hoy cumplo 51 años. Y todavía no estoy seguro de si son muchos o pocos. Supongo que eso depende de con quién se me compare, dado que como decía mi admirado Einstein, todo es relativo. Y el tiempo todavía más.

El año pasado, tal día como hoy y a pesar de que no soy muy amigo de las celebraciones, celebré mis 50 años. Ese punto exacto en la vida de las personas que parece marcar claramente un antes y un después. Pues tengo que reconocer que yo he estado un año entero fingiendo y actuando como si no pasase absolutamente nada, como si tal punto no existiese en realidad.
Ha sido justo ahora, a los 51 años cuando me he dado cuenta de que por fin he pasado esa línea imaginaria, que después de haber estado medio siglo subiendo –y un año disimulando–, ahora sí, empezamos la cuesta abajo. Y que a partir de ya mismo voy a ir buscando el pedal del freno con más o menos desesperación, dependiendo de una serie de circunstancias sobre las que además no voy a tener ningún control.

Me gustaría encontrarme con mi yo del pasado, con 20 o 25 años –esto es un clásico, a todo el mundo le gustaría–, charlar un rato con él y saber qué le parezco ahora mismo con mi aspecto, si un señor mayor y respetable con pinta de tener dos hipotecas y tres hijos, o bien un hombre maduro pero a la vez moderno y que se cuida. Cuando yo tenía esa edad y mis padres cumplían 51 años los veía mayores, con una vida muy ordenada y encasillada en la madurez y la responsabilidad. Ahora todo ha cambiado y la vida es mucho más permisiva en cuanto a marcar los límites entre juventud, madurez y vejez, existe más margen de maniobra y muchas más posibilidades, así que en ese sentido algo hemos salido ganando los de mi generación.

No sé si el espejo me da la razón o me la quita pues no acostumbro a hablar con él, pero tengo que reconocer que cuando paso frente a uno suelo fijarme en mi reflejo para examinarlo detenidamente y sacarle defectos… Aún así me sigue gustando lo que veo a pesar de los años. Punto a favor.
Pero sí que es cierto que si tuviese enfrente a mi yo joven, no podría dejar de decirle que no es el espejo ni su reflejo lo preocupante de cumplir años. Pues el tiempo, ese que dijimos era relativo es el que verdaderamente cambia las cosas, el que desordena o destruye, el que roba, regala o desdibuja sin ninguna lógica ni criterio –como la mayoría de cosas que suceden en la vida–. Y le diría también que cuando pasen los años tenga la madurez suficiente para entender que todo cambiará y también que esté preparado para recordar. Porque unas veces lo hará con una sonrisa boba y otras veces será una lágrima silenciosa la que le sorprenda.

Hoy precisamente no sé muy bien con cuál de las dos opciones quedarme. Porque hoy cumplo 51 años y no quiero echar la mirada hacia atrás ni tampoco hacia delante. Hoy simplemente cierro los ojos, me paro un ratito en este camino tan extraño, y mientras el tiempo fugaz me adelanta por la derecha, entono el final de la canción del genial Joaquín Sabina:

“Tan joven y tan viejo… like a Rolling Stone”.

Felices 51

El libro del olvido

Es hora de ponerse triste, me dijiste, reflexiona si quieres pero no olvides.
Sentémonos junto al fuego y lloremos un rato. Y recuerda que no puedes arrojar tu pasado a las llamas, que el olvido es un libro que se escribe siempre en papel mojado

Decidí marchar.

Y cuando ya casi la había olvidado, decidí volver.

Me abrazó.

Y supe entonces que mi libro del olvido se había quedado en blanco.

Azul

En mi sueño la playa era azul y se confundía con el mar y con el cielo. El océano respiraba y su cadencia lenta sostenía los círculos en los que volaban las aves.
Vi a lo lejos una figura también azul que acercaba despacio. Parecía un trozo de horizonte que escapó de su línea y echó a volar hacia la orilla justo por encima del agua. Su movimiento parecía irreal como la torpe deriva de un barco, pero era ajeno al vaivén del mar y venía directo hacia mí. Detrás, la ciudad observaba altiva desde lo alto de los edificios grises. Delante, el color azul lo inundaba todo y no quedaba sitio para nada más, tampoco para los sonidos.
Cuando la figura azul llegó hasta mí me rodeó y me arrastró mar adentro. Su abrazo apretaba y dolía, no tengas miedo, me dijo, pero yo sólo tenía frío. Un frío azul que cortaba la respiración.

La línea del horizonte, esa que nunca puedes tocar se anudó en mi cuello. Lo último que recuerdo es el lazo que formó con los extremos. Y supe entonces que me había convertido en un regalo ofrecido al océano, en una bandeja interminable de color azul.

La brisa

Veo las nubes alejarse. En la caída, mi pelo largo ondea y se estira hacia el borde del precipicio desde donde salté de espaldas hace tan solo un instante.

Despierto en el último momento, justo antes de impactar contra las rocas.

Por la ventana abierta entra una luz azulada. La brisa me acaricia pero al rato, como si fuera una larga mano me obliga a levantarme y salir por la puerta, también abierta.

Una vez en el borde del precipicio, miro hacia abajo y veo mi cuerpo inerte sobre las rocas mientras las olas lo bañan. Tengo ganas de llorar pero la brisa en seguida viene a consolarme. Como si fuera una soga, anuda mi cuello. Cierro mis ojos y salto al vacío.

Despierto justo antes de que la soga rompa mi cuello.

La ventana abierta. La luz azulada. Otra vez. Los dedos largos de la brisa toman mi mano y exponen las venas de mi muñeca. Mi otra mano sostiene una cuchilla de afeitar. Antes de que la hoja corte mi piel, miro por la ventana y veo mi cuerpo colgado de una rama gruesa, mecido por la brisa.

Esa puta brisa, que de nuevo vuelve a despertarme. Otra vez! Y ya van tres!

Me levanto enfadada. Cierro la ventana y la puerta –a saber quién las habrá abierto, si estoy yo sola–.

Vuelvo a mi cama revuelta y harta trato de dormirme una vez más.

Mierda!, me acabo de acordar que dejé el bote de somníferos y la botella de whisky sobre la mesa.

A ver qué coño pasa ahora.

La última hora del Invierno

Todas las horas del invierno pasaron de repente, delante de mis ojos. No se despidieron, tan solo marcharon tras una estela de viento frío.
Una de ellas quedó rezagada, cometió el error de mirar hacia atrás, quizá arrepentida o puede que solo quisiera despedirse de mí con la mirada.
Conseguí atraparla, no se resistió.

La llevo conmigo desde entonces. Nadie la ve y yo tampoco, pero siento siempre su fría compañía. Unas veces me toma la mano y el brazo, otras veces anuda mi cuello y mis sueños. Suele nublarme la vista y los pocos recuerdos que tengo del otoño. Me quiere, me olvida; la odio cuando habla y la extraño cuando calla porque a menudo es ella la que sonríe o llora en mi lugar.
No hace mucho la encadené a mi tobillo con eslabones de hielo. Cuesta caminar, pero creo que hice lo correcto.

La última hora del invierno. La que conseguí atrapar y encadenar a mis pasos. Mi eterna y fría compañera.
Es ella, en realidad, la que ha escrito estas líneas.

Libre

Siempre supe que tras la tormenta se escondía mi alma. Que el espejo me engañaba, que desde el principio las cartas estaban empapadas, que la tinta llevaba sal y detrás de cada esquina las expectativas tenían la textura de los sueños, el color del recuerdo y el rostro del olvido.

Pensaste que me perseguías pero yo solo huía de mis fantasmas.

Aún así el tiempo pasa. Las alas en mi espalda siguen desplegadas. A veces el viento las mece y alguna pluma arrancada dibuja en el cielo círculos grandes o escribe, lejos de mis ojos, poemas pequeños. Cuando la pluma cae después de volar la guardo en una caja para no pensar en ella. Por suerte su corto viaje llena el hueco que deja.

Por ahí viene otro fantasma y ya no quedan sitios donde pueda esconderme. Me arranco las alas, arrojo mi sombrero y dejo en el suelo el peso invisible que hay sobre mis hombros.

Estrecho la mano del fantasma, le doy las gracias y me voy cantando.

Al fin soy libre.

El abismo

A lo primero el abismo solo me miraba. Pero ahora, incluso, me habla. Hazme un poema –me dice siempre–. Le gustan tanto que ya voy por el tercer libro. Y aquí sigo, sentado en el borde, escribiendo.

¿Volveremos a vernos? No lo creo. Pero hagamos una cosa. Ya que has venido, quédate un rato conmigo. Hablaremos sin miedo y cantaremos sin voz. Después márchate. Déjame sentado, mirando al abismo, dedicándole poemas. Tengo todavía mucho que escribir: Tu piel, mis heridas, nuestro canto mudo y todas las historias que perdí. Sólo cuando el abismo deje de mirarme seré libre. Entonces buscaré un cielo oscuro al que dedicarle mis poemas.

Sábado y después

—¿Qué día es hoy?
—Es sábado.
—Sábado ¿y qué más?
—Sábado y después.
—Eres un redicho. ¿Donde estoy?
—¿No lo sabes?
—No.
—Luego te lo digo. ¿Ves algo?
—No mucho, está oscuro.
—Abre los ojos.
—Los tengo abiertos, listo.
—Entonces espera un poco a que se te adapten a la oscuridad.
—¿Cuánto rato llevo aquí?
—Da igual.
—No, no da igual. Dímelo.
—¿Por qué siempre quieres saberlo todo?
—Es lo mínimo que puedo exigir.
—Te lo explicaré.
—Espera. He visto algo. Un destello.
—¿De qué color?
—Blanco.
—Síguelo.
—Desapareció. Ahora está más oscuro que antes. ¿Donde estás? Tu voz viene desde todas partes.
—Ya hablaremos de eso. Ahora tienes que salir de ahí. Empieza a caminar.
—¿Hacia donde? No se ve nada.
—Ve a la izquierda. Luego a la izquierda otra vez. Y después gira a la derecha. Y si ves algo, dímelo.
—He visto otro destello.
—¿De qué color?
—Rojo.
—Entonces ve en dirección contraria…
—¡Espera! No puedo seguir, ¡hay una pared!
—Da media vuelta y espera a ver otro destello.
—No veo nada. Esto está cada vez está más oscuro. Oye, ¿estás llorando?
—No
—Pues oigo llorar.
—Entonces ve hacia donde oigas el llanto.
—Suena tras la pared ¡no puedo seguir!
—Pues ve a la derecha. Date prisa.
—Estoy cansada.
—Ya descansarás. Venga, vamos.
—¿Por qué no vienes tú y me ayudas?
—No puedo, venga, a la derecha. No tenemos mucho tiempo.
—Eres un cobarde.
—Si, lo soy, pero no te pares, derecha, corre.
—He visto otro destello.
—Da igual, sigue a la derecha, deprisa.
—Era rojo otra vez. Rojo oscuro, del color de la sangre.
—Huye de él, no lo mires.
—Blanco sí, rojo no… Estoy harta de tus manías.
—Lo sé, pero hazme caso por una vez. Vete de ahí o te alcanzará y no podrás salir.
—¿Hacia donde? ¡No veo nada!
—Derecha. Y luego izquierda. Después de frente y luego izquierda de nuevo.
—Oigo pasos. Algo se acerca.
—Corre, no te pares. ¡Queda poco tiempo!
—Tengo frío. Quiero que vengas y que me abraces. Quiero que me hagas el amor toda la noche.
—No sabes lo que dices. ¡Cállate y sigue andando!
—Algo me sigue muy de cerca. Ven, por favor, defiéndeme…
—¡Vete de ahí! Por favor.
—Voy a gritar si no vienes.
—Yo voy a llorar si no te vas.
—Te quiero.
—¡Mientes!
—Te quiero mucho.
—¡Cállate!
—Olvida lo que ocurrió. Ven aquí y fóllame hasta que amanezca.
—¡Sal de mi cabeza!
—Nunca me iré de aquí. Estaré contigo hasta que mueras.
—¡Sal de mi cabeza de una puta vez!


(DOMINGO Y DESPUÉS)

—Veo veo
—¿Qué ves?
—Una cosita
—¿Con qué letrita?
—Con la “O”
—¿Olvido?
—¡No! ¡Obsesión!
—No tienes compasión
—Lo sé. Me encanta.

El secreto

Tengo un secreto que quiero contarte.

Es un secreto que guardo muy bien aunque todos los días lo cambio de sitio para que no se acomode. Por la mañana lo escribo para que no se me olvide, por la tarde lo canto para que no me haga daño y por las noches lo saco a pasear para lucirlo bien, colgado de mi cuello.

Forma remolinos grandes y espirales pequeñas, está en todas partes y si no se muere acabará matándome porque nunca fui su dueño sino su rehén.
Mi brillante secreto de plata y de oro, que muerde en primavera y quema en otoño; hoy toca sacarlo de su escondite y echarlo a rodar calle abajo.
Si se cruza en tu camino será mejor que no lo toques porque te convertirá en estatua de sal.

A mí me ha convertido en caballito de mar.

Y he terminado rodando, calle abajo.

4 estaciones. Verano

CUANDO LLEGA EL CALOR…

Un caluroso día de Agosto, la gente maldijo el verano. Por el calor, por el sudor, por la aglomeración de las playas, por las picaduras de medusa, por el estrés de las vacaciones. El comité de sabios terminó prohibiéndolo por el cambio climático y el deshielo, pero en realidad, uno de los sabios no durmió por el calor, otro amaneció con el cuerpo lleno de picaduras, otro se quedó sin vacaciones porque no se puso de acuerdo con su mujer, otro bajó en el ascensor con un vecino que no se había duchado y el último no era capaz de quitarse de la cabeza aquella puta canción que decía: “cuando llega el calor, los chicos se enamoran, es la brisa y el sol…”

A finales de Agosto el verano, avergonzado y decepcionado, había huido de La Tierra. El Sol a partir de ese día pareció dibujado en el cielo, un trampantojo de luz artificial y lánguida. Los ríos se congelaron al poco tiempo y desde el aire parecían enormes serpientes de hielo –las serpientes y todos los demás animales de sangre fría murieron– y los océanos se utilizarían a menudo como pista de aterrizaje cuando los aviones tenían alguna emergencia.

El infierno se apagó, el Diablo huyó y dejó las almas congeladas y a los demonios muertos de frío, con manoplas y orejeras. “Esto no es serio”, se decían mientras se arremolinaban junto a las calderas que sin dejar de arder, no calentaban nada de nada.

El paraíso que Dios reservaba y cuidaba para los justos se cubrió de escarcha, la niebla lo envolvió y sus habitantes, helados de frío y sin ninguna ropa que ponerse maldecían su suerte y se sentían engañados.

El 21 de Junio sería declarado, a partir de entonces, festivo mundial.

Aún hoy puedes ver a la gente prendiendo hogueras en la noche de San Juan –no para saltarlas, sino para calentarse un poco–, mientras hablan durante horas y añoran el Sol, las vacaciones, los chiringuitos y las piscinas. Después se preparan raves donde ya no suena música house ni techno sino antiguos éxitos veraniegos y la gente se emborracha mientras baila hasta el amanecer, al ritmo machacón de aquella canción que decía “cuando llega el calor, los chicos se enamoran, es la brisa y el sol…”

Abril en mil pedazos

Abril saltó en mil pedazos y durante varios meses fui encontrándome los trozos.

Unos pocos eran preciosos, los recogí.
Otros ya no estaban, alguien se los llevó.
Algunos echaron raíces, ahí los dejé.

Pero sé que hubo fragmentos que saltaron hacia atrás y se perdieron para siempre porque no soy capaz de recordarlos.

Creo que Agosto también saltará en pedazos porque ahora voy encontrando los trozos que caerán hacia atrás.

No sé qué hacer con ellos.

¿Los quieres tú?

Nube negra

El tiempo se me echó encima, los lobos de la pared, las ratas del espejo y los monstruos del armario. Hasta el hada malvada que vive debajo de mi cama y la serpiente que me abraza y lame mis heridas.

Cerré mi libro y abrí la puerta, pero vi la ventana rota y escapé por ella.
La caída no dolió, aterricé en una nube de tormenta.

A veces llueve, a veces lloro.

Cuando brille el sol, no antes, caeré al vacío.

Bajo las mismas luces

No es la arena de un reloj la que hace que el tiempo se marche.
Aquella noche de Otoño presagiaba tristeza pero aún así, decidí seguirte.
Bailamos pegados y con los ojos cerrados, cegados por las luces. Cuando la música paró, te fuiste caminando del brazo de mi mejor versión.

Todo lo que sube se olvida y luego, con suerte, se sueña. En la primera hora del segundo día, te cansaste de pensar.

No volví a seguirte… ¿para qué?

A veces regreso al mismo lugar y bailo solo, bajo las mismas luces.

Después caigo en espiral por la arena de mi tiempo.

El libro

–Tengo un libro de tapas oscuras.
–¿Lo escribiste tú?
–No. Me lo regalaron. Desde entonces lo leo todas las noches.
–¿Qué es eso? Lo que está dibujado en las hojas
–Espirales y garabatos.
–¿Se están moviendo?
–Sí. Quieren salir para morir.
–¿Cómo lo sabes?
–Lo he leído en el libro. Son culpables, además.
–¿Culpables de qué?
–De todo. ¿No lo ves? Las letras son arañas, las líneas mentiras y las hojas mortajas.
–¿Y las historias que cuentan?
–Esas son desgracias.
–No será para tanto.
–Sí que lo es.
–No. No te has dado cuenta de que eres tú el que escribe las historias por el día y las lees por la noche.
–Eso no es cierto. El libro siempre estuvo escrito y lo leí tantas veces que me lo sé de memoria. Puedo recitarlo de carrerilla.
–Ya. Puedo oírte algunas veces.
–Anocheció. Voy a leer. Otra vez.
–No lo hagas, ya no hace falta.
–No sabes lo que dices. Necesitamos un guion. El guion del libro.
–El libro está en blanco. No hay guion. Los garabatos y las espirales las hiciste tú. Cada día y cada noche te enredas un poco más.
–No te creo. Es el libro de nuestra vida. Tenemos que seguirlo hasta que lleguemos a la última hoja. La que hará de mortaja.
–No hace falta. El libro no existe. Eres más libre de lo que piensas.
–No sabes lo que dices. Cállate y lee conmigo. Sigue los garabatos y las espirales. Hazte pequeño para caminar por ellas.
–Cierra el libro. El otoño se acerca. Las hojas caerán y serás libre.
–No puedo. Ya es de noche. Y el día se acerca. Va a pasar otra hoja, otra historia, otra mentira, otra desgracia.
–Sal de la espiral. Aún hay tiempo.
–No puedo. Yo soy la espiral.
–Dibujé alas en las hojas. Salta. Todavía puedes.
–Ven conmigo, no me dejes sólo.
–Despierta, sólo es un mal sueño.
–No te veo, no te oigo. Un garabato me cogió del cuello y me metió dentro.

El libro se cerró y con las alas que dibujé salió volando hacia las nubes de tormenta.
A veces me acuerdo de mi amigo y estoy seguro de que él también me recuerda. Sé que todavía lee por la noche porque yo escribo por el día. Y que a veces me escucha cantar de igual manera que yo le oigo llorar.
Cuando llega el otoño el viento me hace llegar una hoja con un garabato o una espiral. Entonces busco un rayo de sol, el más luminoso y escribo con él un verso que hable sobre libertad, para que esa noche pueda leerlo y al día siguiente piense que si él quiere, todavía puede escapar del libro que lo tiene preso desde que nació.

Grietas

Nada es inmutable, dicen.
Las personas tampoco.

Algo pasó o cambió.

Cicatrizó? No.
Se agrietó.

Porque una cicatriz es prueba de progreso, de resolución, de superación.
Pero busco las mías y no las encuentro. En mí todo se añade, se acumula, se ensancha y se aleja, sin que un tejido nuevo lo sustituya.

Yo no tengo cicatrices, tengo grietas… y son mucho peores.

Lluvia

Un día soleado, vi que llovían diamantes, brillantes y cuarzos transparentes que dispersaban la luz en bonitos colores… Salí de casa para bañarme en sus reflejos multicolor –para qué si no–.

Volví cortado, tembloroso.
Envuelto en sombra y en frío.

Llovieron recuerdos, palabras y frases que parecían cristales que parecían diamantes. Formaron remolinos afilados, antes de volverse líquidos y desaparecer.

Cerré las heridas con sueños.

A veces imagino destellos de color, allí donde había recuerdos que parecían diamantes que fueron cristales.

Mi –imposible– quizá

Años más tarde supe que
mi “quizá” era imposible.

Sólo había un intento,
pero tuve frío y tuve miedo
del hueco que quedaba.
Lo cubrí con sueños,
cerré los ojos y
conté hasta mil.
Todo ello para no
pensar en nada más.

Mi quizá era imposible,
impensable,
el único y el último.

El antes y el después
del ‘puede que tal vez’
se hundió sin hacer ruido,
pesaba demasiado.

Ahora ya no pesa,
ya no está,
ya ocurrió
y ni siquiera
lo recuerdo.

Pero duele todavía.

Mi laberinto

Todo estaba pensado
escrito y dibujado:
El más bello
de los laberintos
jamás construido.

Con una puerta cerrada
a la que llamar en vano,
una ventana abierta
por la que poder gritar
y unos ojos muy tristes
por si quería llorar.

Todo sigue su orden,
camino en el sentido
de las agujas del reloj.
Pero persigo mi sombra
sin poder alcanzarla:
a una esquina y media
y a una melodía
de distancia.

En el más perfecto
de mis laberintos,
diseñado y erguido
sobre un buen poema
bajo un mal sueño.

Mi trofeo

Huyendo de mi sombra
hacia ninguna parte
con mi sombrero de lluvia
de ala ancha
y perfil estrecho
junto a los 4 elementos
–mojado, enterrado
abrasado, disperso–

Recogí mi trofeo
–abollado, oxidado, polvoriento–
de boca ancha
de base estrecha
y lo mostré al cielo
–al viento, al agua, al frío–
justo antes de esconderlo

Hoy decido
sacarlo del cajón
y guardarlo en el armario

¿Quieres verlo?

4 estaciones. Invierno

CONGELA A ESOS IDIOTAS

Suelo estar en las alturas, por eso cuanto más te eleves más frío tendrás. Pero a veces la Madre Tierra, que está harta de vosotros, me da libertad para bajar a la superficie. “Congela a esos idiotas”, me dice enfadada con lágrimas en los ojos. Se me rompe el corazón cuando la veo llorar, así que cumplo su orden, enfadado yo también.

Entonces voy a por vosotros…

Tratáis de vencerme con calor artificial pero yo, que siempre estoy por encima, oculto el sol y os azoto con mi viento helador. Tengo más formas de molestaros; unas veces os cubro de nieve, paralizo las ciudades y borro los senderos de los bosques –para que os perdáis– otras veces me lanzo con rabia en forma de hielo para arruinar las cosechas y en ocasiones os empapo con lluvia fría para veros corretear y refugiaros bajo vuestros paraguas negros. Demuestro mi furia con rayos y truenos, hago que la noche oscura caiga pronto para que os encerréis en casa. Además odio la Navidad, por eso es cuando os castigo con mayor intensidad.

Ha llegado mi turno y ya estoy entre vosotros, escondeos, huid como cobardes, pero no podréis libraros de mí.

Desprendido

Desprendidas las hojas
de un libro ya leído

Desprendido el silencio
de las palabras escritas

Desprendidas las ramas
que murieron en Otoño

Desprendido el pelaje
que me abrigaba en Invierno

Desprendidas las horas
del día que terminaba

Desprendida la culpa
sobre mis hombros desnudos

Desprendida la vida
por mi reguero de ausencia

Desprendida la careta
aquella que sonreía

Desprendido desde entonces
desprendido incluso ahora

Desprendido… vivo, duermo, sueño
desprendido… hasta que muera

Niebla

Esperaba la niebla, contando hasta infinito con los ojos cerrados. Quería diluirme en ella y marchar juntos, muy lejos.

La niebla vino pero yo estaba dormido. Lloró sobre mi hombro y se fue sola.

Desperté con el hombro mojado, después de soñar con ella.
Seguí contando hasta infinito –con los ojos abiertos, para no dormirme–, esperando que volviera.

* * * * *

Hace tiempo que terminé de contar y la niebla nunca regresó.
Lo único que conservo de ella son las lágrimas que dejó sobre mi hombro.

Historias

Como las mentiras -y algunas verdades- hay historias que se cuentan y otras que no. Detrás del silencio que envuelve esas historias algunas veces hay dolor o vergüenza, pero en ocasiones se oculta una bonita añoranza. En ese caso las historias, como los muertos o como los sueños, hay que recordarlas de vez en cuando para que no acaben en terreno del olvido.
Mi historia, que en realidad era mi sueño, la callé, la olvidé y la enterré bajo la mentira -porque las verdades como puños siempre duelen si golpean la conciencia-. Pero entonces, cuando un viejo recuerdo llueve del cielo o cae de una estrella, es mejor cobijarse o apartarse porque si te alcanza, además de a la conciencia, el golpe va directo al corazón.

Mi enemigo el olvido

Cuando me cruzo con el olvido
vuelve la cara para no mirarme
cierro los ojos y los oídos
tuerce el gesto y aprieta los dientes

Contengo las ganas de girarme
porque sé que siempre marcha
altivo y orgulloso

Me crucé con el olvido un día más
sangraba lágrimas y yo también
los dos miramos hacia abajo
siguiendo el rastro que dejó el otro

Cuando no quedó ni rastro ni camino
ni pasos ni tropiezos
de nuevo volví a recordar

La ventana abierta

Se marchó por la ventana abierta, la que daba al mar. La vi alejarse rápido y pronto se convirtió en recuerdo. Brisa y rocío iban a ocupar su lugar pero a pocos metros se detuvieron, formaron una bella figura y quedaron congelados en el aire.
Todas las mañanas abro la ventana y contemplo la figura recortada en la claridad, sus trazos finos como brazos extendidos hacia mí pero sin llegar a alcanzarme. Respira, susurra y canta como una sirena enamorada. Yo la miro –también enamorado– y absorto la escucho, tan cerca de tocar su voz. A punto de sentir el abrazo de su aura plateada.

Un día abrí mi ventana, la que daba al mar.
No quedaba nada. Ni la brisa ni los trazos, ni la voz ni la canción. Todo era silencio. Vacío.

Un día no pude abrir la ventana.

Hoy, tan sólo puedo recordar.

Contrapunto

mi peor acierto, mi mejor error
raíces expuestas y flores enterradas
la voz callada, vibrante silencio
espejos opacos, reflejos en paredes

el viaje que nunca empezaba
todavía no ha acabado

salta hacia atrás, corre hacia abajo
cierra los ojos para mirar lejos
los oídos sordos para no gritar
una mentira más que sincera

ayer lloramos para no sentir
hoy reímos para no recordar

escribo en blanco, duermo pensando
en noches claras y luces oscuras
andar despacio, correr deprisa
volar parado, parar con prisas

una bola de billar
en un tablero de ajedrez

empieza la anti-partida

Despierta

Cortante y brillante
el aire congelado
Cuesta caminar
duele respirar
Abrir la puerta
caer despacio
Saber e ignorar
todo es empezar
La vuelta del revés
las voces que miraban
El cristal que cubre mi memoria
Todo es tan real como los sueños

Despierta

Mareas

Las mareas son los latidos del mundo, a su merced dejo mis pedazos. Lenta, mi cadencia y la canción de mi cabeza cuando dejó de sonar –o de soñar–. 

Me llama la marea, también es mi latido, mi sangre y las horas que me faltan para irme despacio, tras ella. 

No miraré atrás, que ya no queda nada.

Confundí las sombras con destellos. 

Me voy tras ellos.

Mi nuevo hogar

Coje mi maleta y tírala bien lejos, quiero ir sin equipaje a mi nuevo hogar. Los libros que leí, las frases que dijiste, todo lo que sé y todo lo que creo se quedará aquí. No llevaré nada, salvo algo de vacío con el que pueda envolverme como si fuera un regalo. También algo de tiempo para poder malgastar y mis juguetes rotos para bailar con ellos por si suena música triste.
Coge mi maleta y tírala bien lejos, que el tiempo se me acaba –no queda casi nada–.

Cuando vuelva, si es que vuelvo, no quieras consolarme y no preguntes nada, tan sólo coge mis pedazos y escribe en ellos la historia de mi vida. Cuando lo hayas hecho entierralos bien hondo y deja que la lluvia caiga sobre ellos…
Sólo entonces será cuando pueda sentirme libre.

Adolescencia muerta

Fui príncipe despintado
vestido de azul
sapo feo y gordo
en charca de ciudad

Jugamos al ahorcado
con tu melena rubia
y a las canicas con
mis ojitos de cordero

Planté flores detrás
de cada esquina
para que tú no las vieras
y perdí todas las noches
viéndolas crecer

Los miedos venían envueltos
en sábanas de fantasma
todos los días corría
con zapatillas de tacón

Fue bonito y horrible
ver la boca del lobo
con colmillos de cachorro

El tiempo libera y aprieta
sonríe y ahoga
te enseña la lección
llamándote idiota
y lo deja todo
perdido de arrugas

Desde los tejados
agarrado a las antenas
contemplo mi obra
y la lluvia caída
tras las esquinas
las flores muertas
que nadie recogió

Mi nueva afición

Necesito un hobby
para emplear mi tiempo
y distraer mi mente

Catador de venenos
aprendiz de fakir
equilibrista ebrio
domador de tiburones
pintor de casas encantadas
o ayudante de bruja medieval

Además de tus uñas en mi piel
quiero unas garras
hundiéndose en mi carne

Me cansé de mi oficio
y de mi don

Soñador de imposibles
dibujante de vuelos
pensador de laberintos
constructor de dudas

Me aburrí de otear infinitos
y vigilar estrellas fugaces

Vente conmigo
será divertido
saltemos juntos
al vacío existencial
y bailemos claqué
bajo el fuego cruzado