Se marchó por la ventana abierta, la que daba al mar. La vi alejarse rápido y pronto se convirtió en recuerdo. Brisa y rocío iban a ocupar su lugar pero a pocos metros se detuvieron, formaron una bella figura y quedaron congelados en el aire.
Todas las mañanas abro la ventana y contemplo la figura recortada en la claridad, sus trazos finos como brazos extendidos hacia mí pero sin llegar a alcanzarme. Respira, susurra y canta como una sirena enamorada. Yo la miro –también enamorado– y absorto la escucho, tan cerca de tocar su voz. A punto de sentir el abrazo de su aura plateada.
Un día abrí mi ventana, la que daba al mar.
No quedaba nada. Ni la brisa ni los trazos, ni la voz ni la canción. Todo era silencio. Vacío.
Un día no pude abrir la ventana.
Hoy, tan sólo puedo recordar.