Esperaba la niebla, contando hasta infinito con los ojos cerrados. Quería diluirme en ella y marchar juntos, muy lejos.
La niebla vino pero yo estaba dormido. Lloró sobre mi hombro y se fue sola.
Desperté con el hombro mojado, después de soñar con ella.
Seguí contando hasta infinito –con los ojos abiertos, para no dormirme–, esperando que volviera.
* * * * *
Hace tiempo que terminé de contar y la niebla nunca regresó.
Lo único que conservo de ella son las lágrimas que dejó sobre mi hombro.