El libro

–Tengo un libro de tapas oscuras.
–¿Lo escribiste tú?
–No. Me lo regalaron. Desde entonces lo leo todas las noches.
–¿Qué es eso? Lo que está dibujado en las hojas
–Espirales y garabatos.
–¿Se están moviendo?
–Sí. Quieren salir para morir.
–¿Cómo lo sabes?
–Lo he leído en el libro. Son culpables, además.
–¿Culpables de qué?
–De todo. ¿No lo ves? Las letras son arañas, las líneas mentiras y las hojas mortajas.
–¿Y las historias que cuentan?
–Esas son desgracias.
–No será para tanto.
–Sí que lo es.
–No. No te has dado cuenta de que eres tú el que escribe las historias por el día y las lees por la noche.
–Eso no es cierto. El libro siempre estuvo escrito y lo leí tantas veces que me lo sé de memoria. Puedo recitarlo de carrerilla.
–Ya. Puedo oírte algunas veces.
–Anocheció. Voy a leer. Otra vez.
–No lo hagas, ya no hace falta.
–No sabes lo que dices. Necesitamos un guion. El guion del libro.
–El libro está en blanco. No hay guion. Los garabatos y las espirales las hiciste tú. Cada día y cada noche te enredas un poco más.
–No te creo. Es el libro de nuestra vida. Tenemos que seguirlo hasta que lleguemos a la última hoja. La que hará de mortaja.
–No hace falta. El libro no existe. Eres más libre de lo que piensas.
–No sabes lo que dices. Cállate y lee conmigo. Sigue los garabatos y las espirales. Hazte pequeño para caminar por ellas.
–Cierra el libro. El otoño se acerca. Las hojas caerán y serás libre.
–No puedo. Ya es de noche. Y el día se acerca. Va a pasar otra hoja, otra historia, otra mentira, otra desgracia.
–Sal de la espiral. Aún hay tiempo.
–No puedo. Yo soy la espiral.
–Dibujé alas en las hojas. Salta. Todavía puedes.
–Ven conmigo, no me dejes sólo.
–Despierta, sólo es un mal sueño.
–No te veo, no te oigo. Un garabato me cogió del cuello y me metió dentro.

El libro se cerró y con las alas que dibujé salió volando hacia las nubes de tormenta.
A veces me acuerdo de mi amigo y estoy seguro de que él también me recuerda. Sé que todavía lee por la noche porque yo escribo por el día. Y que a veces me escucha cantar de igual manera que yo le oigo llorar.
Cuando llega el otoño el viento me hace llegar una hoja con un garabato o una espiral. Entonces busco un rayo de sol, el más luminoso y escribo con él un verso que hable sobre libertad, para que esa noche pueda leerlo y al día siguiente piense que si él quiere, todavía puede escapar del libro que lo tiene preso desde que nació.

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