“Verde no es naranja”.
Ni mi voz es palabra, acaso, sólo oscuro silencio.
La sombra que se aleja no es la mía.
Ni el amor de tus ojos deja surcos como el llanto.
Negro tampoco es rojo.
Hasta que sangra la pared sobre el blanco de un espejo.
Enfrente, ya no queda la verdad.
Estoy yo, perdido. Estás tú, detrás.
Estamos los dos, perdona, bajo el blanco satén de las sábanas calientes.
Los cipreses no llegan al cielo aunque lo intenten.
Ni los sauces lloran en realidad.
Tampoco lo pretenden.
“Verde no es naranja”, dijiste una mañana mientras te miraba.
Y no eran horas de mirar.