Infinito llegó arrastrándose a la reunión de los cien ochos… Antes de entrar, no sin esfuerzo se puso en pie… ¡Pecho fuera, cabeza alta y paso firme!… y se coló en la reunión. Infinito parecía un ocho más. Exactamente igual que todos los que estaban allí dentro.
Pidió un refresco y apoyado en una columna para no caerse y descubrirse, disimulaba silbando una canción de moda.
Los demás ochos andaban, bailaban, cantaban bebían o dormían. Dos ochos se besaban, en un rincón alejado y oscuro. Después se fueron de la mano hacia el cuarto de baño.
Se estaba bien allí, pensó infinito, con su refresco en la mano.
—¡Todos quietos! Aquí hay un intruso —dijo un ocho—. Estamos más de 100.
—¿Y cómo lo sabes si sólo podemos contar hasta ocho? —preguntó otro.
—Haciendo grupos, ignorante. Ocho grupos de ocho y luego 3 o 4 grupos más, depende.
—¿Y de qué depende?
—No lo sé, ¡no me líes! pero aquí hay algo que no encaja.
—¿Qué pasa?
—Que estamos 101
—¿Y eso qué es?
—Pues… 13 veces 8.
—¿Y cuánto es 13?
—2 veces 8… bueno, un poco menos.
—Creo que no lo entiendo.
—Yo tampoco… ¡pero aquí hay uno que sobra!
—¿Y quién es?
—Y yo qué sé. ¿No serás tú?
—Yo no, ¿y tú?
—Yo tampoco.
—¿Y aquel?
—No lo creo…
—Esto es inadmisible… Hay que encontrarlo. ¡Que alguien piense algo!
—De acuerdo, pensaremos…
Silencio.
—¿Alguien ha pensado algo?
—No.
Silencio.
—Pues seguid pensando, que esto hay que arreglarlo.
Infinito observaba desde lejos apoyado en su columna. Apuró su refresco y lo dejó en la barra mientras guiñaba un ojo al camarero.
—Los ochos tienen fama de ser retorcidos —se dijo—, pero no imaginaba que fuesen tan cortos. Yo me largo de aquí.
Y se echó al suelo, y haciendo la croqueta se marchó de allí dejando a los ochos tan boquiabiertos… que se volvieron ceros.
Una “O” llegó rodando, a la reunión de los 100 ochos que se volvieron ceros. Se cruzó con infinito, que salía de allí.
—¡Hola! ¿Qué se cuece por ahí dentro? ¿Puedo pasar?
—Entra si quieres, pero no te lo recomiendo… ahí dentro llevan una conversación muy rara…
—Creo que no te entiendo…
¡Que son todos muy RAROOOOS!
—Ah vale…
«O” continuó rodando, calle abajo. Pero la calle era larga y empinada y ganó velocidad… chocó con una piedra puntiaguda, y se pinchó y se desinfló. Se quedó como una pequeña línea horizontal.
Con mucho esfuerzo consiguió ponerse en pie.
A estas alturas, todavía sigue buscando la reunión de los 100 unos. O las 100 íes.