Todas las noches llueven letras y palabras desmembradas.
En los rincones se acumulan, como pelusas. Inconexas, sólo el azar las pronuncia para los oídos sordos de la gente. También para los ciegos que no quieren ver.
Yo tampoco oigo, ni veo. Y cuando hablo lo hago con los restos de palabras inconexas y moribundas que encuentro por los rincones.
Así, cuando calle el cielo morirá mi voz.
Mi inconexa voz.