Faltan dos canciones para que el día se termine. Y otras dos que nunca sonarán. Acaso, sólo en mi cabeza. Y en la tuya, si es que algún día volvemos a tararear la misma melodía… como ya lo hiciéramos alguna vez, cuando tu luz azul rompía mi silencio blanco, de escarcha, de Invierno.
Faltan unos pocos pasos para llegar a ninguna parte. Y otros tantos para regresar al punto de partida. Cuando empecé a caminar, a tropezar, a sangrar… antes de saber que tenía alas en lugar de pies. Que todos mis sueños eran sólo lo que precedía al despertar.
Hizo falta tan sólo un parpadeo, para enamorarme. Ella me envolvió y caí rendido, a sus pies. Entreabrió sus labios y me besó. Me tomó de la mano… después la apretó y me arañó. Supe entonces, que sus largos colmillos acabarían por hundirse, bien profundos, en mi cuello.
Faltan unas gotas para acabar de desangrarme.
Y mientras, tarareo, aquella nuestra melodía… Como un cisne, a punto de morir. El estribillo que soñé. Con el que me desperté. La canción que terminó cuando el día empezaba, cuando tropezaba una y mil veces, en tierra firme mientras caminaba en círculos… Cuando confundí sus ojos con el aleteo de una mariposa.