Hay sitios en los que el tiempo no transcurre. Nunca llueve, y cuando lo hace ya nunca termina: las gotas quedan prisioneras en los cristales sin saber cómo deslizarse hacia abajo. Y lo que ves es siempre lo mismo en todas partes; la misma luz de una luna que nunca se esconde, las mismas siluetas proyectadas en la misma pared, la misma hora en el mismo reloj que hace años se paró, cuando en algún momento aún daba tiempo de que fuera demasiado tarde.