Eran nubes grises, de tormenta, y en un momento cubrieron la ciudad.
Cobijado, el azar observó cómo ella me cogió de la mano. Yo fui incapaz de huir: la música triste me confundió y ya nunca dejaría de sonar.
Su abrazo tiene el color de aquella tarde. Aprieta.
Aún hoy seguimos quietos, empapados y unidos por las nubes.
Sus nubes y mi tormenta.
Y esa música triste que suena todavía.