Me sirvieron el tratamiento para el olvido en una bandeja de aperitivo sobre una mesa de IKEA.
–Esto no es serio–, le dije al tipo que tenía pinta de corredor de seguros o de apuestas, no estaba seguro.
–Beba y calle. Bueno, beba y olvide–, me dijo con gesto muy serio. Bebí sin rechistar ni pestañear.
Salió corriendo en cuanto le di el dinero. Al final, resultó ser un vulgar corredor de ciudad. Un runner normal y corriente.
Me fui satisfecho y contento, necesitaba olvidar. Pero la alegría me duró poco, pues comprobé que seguía recordándola, sobre todo aquella manera tan especial que tenía de mirarme, por encima del hombro unas veces y por debajo del sobaco otras. Ella sí que sabía hacerme feliz…
Resignado, y antes de acudir al trabajo saldé mis cuentas con el matón del barrio. Me dio las gracias antes de salir corriendo también, como el otro. Jodidos runners, no da tiempo ni a despedirse en condiciones. Me quedé con las ganas de estrecharle la mano.
Fui paseando tranquilamente hasta mi consulta. La sala de espera estaba abarrotada de pacientes impacientes…
Como suelo hacer normalmente, receté a cada uno de ellos el medicamento que precisaba el anterior. Curiosamente la mayoría de ellos no vuelven más, será porque se curan. No está nada mal, considerando que tengo mi consulta en una peluquería.
Despaché a todos los pacientes en un cuarto de hora. Al más grave tuve que dejarlo ingresado en la trastienda.
La última paciente entró con uniforme de trabajo. Me dijo una serie de frases que no entendí y además no coincidían con ninguna patología.
–Qué mujer tan extraña. Ésta debe ser también runner–, pensé, pero resultó que no, más tarde me dirían que era policía.
Ahora, mis compañeros de celda me ruegan que les recete algo… pero… ¡qué más quisiera yo! Justamente ahora es cuando me ha hecho efecto el tratamiento para olvidar…