Todavía no entiendo como pudo acorralarme si estábamos en mitad de la nada. Tal vez, aunque mis zancadas eran tan largas como quise imaginar, él era tan poderoso como fue capaz de pensar.
Sólo recuerdo el frío como un susurro vivo, adueñándose de mi alma y haciéndola suya como un parásito invisible de brazos largos. Aún hoy seguimos trenzados en una dualidad andante y pensante, abocados el uno al otro y a una realidad de la que jamás podremos escapar.