Susanita tenía un ratón, un ratón chiquitín. Comía chocolate y turrón y bolitas de anís. Cuando hacía frío, dormía cerca del único radiador que Susanita tenía.
En esa casa siempre hacía mucho frío.
Susanita nunca iba al cine, ni al fútbol, ni al teatro, porque el poco dinero que recibía de los servicios sociales no daba para más. Además, su alcoholismo hizo que la única prioridad fuese la de tener poco más que las botellas de anís y las bolitas, a las que también era adicta.
Susanita fue campeona de ajedrez de su ciudad. Y el pequeño ratón, hace ya tiempo que se comió las piezas, el tablero y el trofeo que le dieron, su único recuerdo de unos pocos años felices.
Susanita murió de un coma etílico, una noche fría de invierno. Incapaz de entrar en calor, no dejó de beber anís, hasta que murió.
Cuando el ratón se quedó sin comida, empezó a comerse las cortinas, los muebles, los cables eléctricos, la ropa de cama y la almohada (que estaba siempre a los pies de Susanita) pero a ella no la tocó.
Cuando los servicios sociales la encontraron, no pudieron creer que a su lado hubiese un ratón -un ratón chiquitín-, llorando desconsoladamente, velando su cadáver.
2
Los servicios sociales se implicaron especialmente con el caso y consiguieron una casa de acogida para el ratón. Pero a los pocos días, cuando volvieron a por él ya se había marchado.
Se fue a la ribera de un río de la ciudad. Las noches eran muy frías y añoraba el pequeño radiador junto al que dormía. Además, llevaba ya muchos años comiendo chocolate, turrón y bolitas de anís y se le hizo muy duro tener que alimentarse de los desperdicios que encontraba por la calle o por la ribera del río. Por no hablar de los gatos que querían comérselo. En más de una ocasión estuvo a punto de ser merendado por uno de ellos. Suerte de su astucia y su instinto de supervivencia…
Aquel no era sitio para un ratón doméstico. Había que hacer algo.
Guiado por su infalible olfato, se coló por el conducto de ventilación de un conocido restaurante.
Pasó un tiempo escondido… observando. Desde el falso techo, desde el fondo de los armarios, o el tubo de la campana extractora… cualquier sitio era perfecto para observar y aprender recetas y técnicas. Cuando nadie miraba, salía de su escondite, probaba las comidas y volvía a esconderse, pensando otros ingredientes y nuevas combinaciones y técnicas.
Al cabo de unos años ya estaba familiarizado con la cocina profesional y, siempre sin ser visto, ayudaba en la elaboración de los platos. Incluso mejoraba las recetas.
Finalmente, se decidió a abrir su propio restaurante. Lo llamó Ratatouille.
3
Después de aprender todos los secretos de la cocina y dominar todas las técnicas, en pleno éxito de su restaurante (que ya contaba con seis estrellas Michelín), decidió dar un vuelco a su vida y regalar toda la fortuna que había ganado con tantos años de duro trabajo.
Siempre echando de menos a su amiga Susanita, decidió volver a las casas de la gente y al calor del hogar.
Ahora va de casa en casa, siempre por las noches, dejando monedas bajo las almohadas de los niños.
De vez en cuando, algún niño lo ve, pues los hay que tienen el sueño muy ligero. Cuando a la mañana siguiente lo cuenta a sus padres o a sus amigos y le preguntan cómo era el ratón, todos responden siempre lo mismo:
-Era un ratón chiquitín-.