Voy en un Ford Mustang de color rojo.
El Mustang, es ese coche deportivo de aspecto agresivo que tiene un caballo en la parrilla frontal. No lo confundais con un Ferrari, que también tiene un caballo. La diferencia es que en un Ferrari el caballo está encabritado y tiene las patas delanteras en el aire y en el Mustang el caballo está horizontal, galopando, a punto de impulsarse con los cuartos traseros en una nueva y poderosa zancada. Os lo digo porque no es difícil confundirlos a primera vista.
Tengo que decir también que pocas veces había visto uno de estos. Un Mustang descapotable, digo. Reconozco que es bonito, pero no me interesan los coches. Para nada. Para mi gusto son muy poco prácticos. Además, yo nunca voy por carretera, suelo utilizar otros medios de transporte… Pero hoy es todo muy diferente.
Para empezar, no estoy viajando sola. Yo siempre voy a mi rollo y sin que nadie me condicione… Pero hoy no. Voy con una mujer, que es la que conduce. Y a decir verdad tan apenas la conozco… Lo poco (lo único) que sé de esa mujer es que es dueña y conductora del Mustang rojo en el que viajamos… y que parece estar disfrutando como un niña de la conducción sin capota. Yo también, que conste. Y es que el viento que nos azota con fuerza da mucha sensación de libertad. Y su melena pelirroja y ondeante es muy vistosa. Hace juego con la carrocería del coche, además.
Nunca había venido por estos parajes y tengo que decir que son realmente espectaculares. La costa Oeste de los Estados Unidos es un regalo para los sentidos. Viajamos hacia el sur. Hemos salido de Seattle y pasando por San Francisco y Los Ángeles llegaremos al Gran Cañón. Y después, pues quién sabe. Nevada, Montana… Ya se verá.
Reparo una vez más en la conductora. La pelirroja. Con la mirada fija en la carretera, no me mira ni me habla. Qué maleducada, la tipa. Buena conductora, si. Guapa, también. Pero muy poco habladora. Y muy suya. Yo pienso que va un poco de diva. Pero bueno, ahora eso ya casi es lo de menos.
A unos pocos cientos de metros ya se observa la escarpada garganta del Gran Cañón del Colorado. Es impresionante. Me rindo ante tanta belleza.
Casi abruma.
Casi se puede decir que no hay nada más bonito.
Casi diré que merece la pena morir en este escenario.
Morir aquí.
Morir así.
Morir ahora.
La conductora pelirroja paró el Mustang en un sitio habilitado.
Los turistas que había por allí la miraron de reojo. Unos al coche. Otros a ella. Otros su melena. Otros sus piernas largas y otros sus botas camperas. Sólo una niña que había por allí se percató de que en el frontal del Mustang, junto al logotipo del caballo que galopaba, había una mariposa preciosa, pero muerta, incrustada en la parrilla.
—Es un bello ejemplar de Tarucus Theophrastus—, le dijo su madre, apenada.
—Pobrecita— respondió la niña—, al menos ha muerto viajando por el mundo.