El color de mi vida está en las aceras cubiertas por mis pasos y el cortejo de recuerdos que va detrás.
La noche desgarrada contempla cómo me desangro inútilmente.
Huyo de mi propia vida ya descolorida, donde las ventanas abiertas a la brisa de primavera se cerraron.
El invierno congela las cenizas de la conciencia. Remolinos de viento caracolean con ellas. Y esparcidas las dejan, en cualquier rincón. Ensangrentadas, envenenadas, las recojo con mis propias manos.
Y sigo caminando, desangrado, acompañado del sonido de mis propios pasos…