La luz dorada del otoño sobre tu piel dejaba tu nombre en perspectiva.
Era tu voz la que sonaba y yo el que soñaba, los dos nos miramos sólo a los ojos, siempre a los ojos…
No hay nada malo en que mi alma prisionera quede rezagada y sea engullida por la sombra en la que pusimos el hueco de nuestras vidas; si mis pasos dibujan un círculo cerrado que no se abrirá, nunca sabremos dónde lo empiezas tú ni por qué lo acabo yo.
Mientras, seguimos unidos por la luz del pensamiento… Y la de aquella tarde, en la que el otoño dorado se plasmó y se quedó (para siempre) en tu piel, y tú en mi cabeza (dando mil vueltas), y yo en tu pasado (para ser olvidado)…