La vida, dicen, es como un viaje en tren.
Un billete que va arrugándose en el bolsillo, un reloj que marca las horas que nos quedan; las escenas que pasan rápido tras la ventanilla, y siempre, de estación a estación mientras dure nuestro viaje.
Mi alma sobre las vías camina sólo hacia adelante porque ya se quedó atrás, allí donde mis ojos olvidaron su equipaje y miran nostálgicos:
Delante, las luces lejanas del último vagón.
Detrás, las luces amarillas de la ciudad.
Arriba, la luz blanca y tenue de las estrellas.
Pero las horas de soledad marcharán muy rápidas, sobre su filo caminaré durante un rato hasta que el sueño me arroje de nuevo al despertar.
Cuando lo haga y sepa que sólo estaba soñando, miraré por la ventana del último vagón cómo las gotas de lluvia se aplastan en el cristal y resbalan traviesas hacia abajo.
Entonces me acordaré de ti, miraré a mi lado y mi cara dibujará una sonrisa: La única, la última; la que no se borrará mientras quede un solo momento para compartir y recordar que viajamos juntos en este dulce viaje y que nuestros sueños se abrazan cada noche para seguir nuestro trayecto, de estación a estación.
Para Bea.