Abrazo en un terremoto

-Abrázame por favor… abrázame muy fuerte, como si hubiese un terremoto.

Y con los brazos extendidos hacia Mario, María lo miraba con amor absoluto, ese amor que no sabes que existe hasta que no lo sientes clavado en tu ser y en tu alma, bien profundo, cuando casi sientes que duele el corazón.
Mario la abrazó muy fuerte, sintiendo exactamente lo mismo que ella.

-Quiero morir así, abrazado a ti, tu piel y mi piel, que no se sepa dónde acabas tú y dónde empiezo yo.
-Quiero fundirme contigo… que desaparezca el espacio y el aire entre los dos. Quiero ser tú y que tú seas yo.

Cuando sientes ese amor tan intensamente, no queda sitio para nada más. Los sentidos colapsan ante las sensaciones que vienen de dentro… es por eso por lo que no notaron el temblor. Ni los objetos y los muebles de la casa caer a su alrededor. Ni tan siquiera, cuando las paredes se desmoronaron y el edificio entero se derrumbó sobre ellos. Siguieron abrazándose y así los encontraron al desescombrar.
En el parte de fallecimiento, el médico forense escribiría que los cuerpos aplastados estaban fundidos, fusionados, imposibles de separar.

Hay un lugar imaginario; la frontera donde sueño, realidad y conciencia convergen en una línea muy delgada. Es allí donde los enamorados pasean, hacen el amor o simplemente hablan o se abrazan. En ese lugar María y Mario siguen ajenos a lo ocurrido, fundidos en un abrazo infinito con el corazón latiendo fuerte y los ojos brillantes, sintiendo ese amor tan intenso y profundo que casi duele en el alma.

Para Bea.
Por todo lo que me hace sentir.

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