Lunes antes de almorzar, una niña fue a jugar, pero no pudo jugar porque tenía que planchar: Así planchaba así así, así planchaba así así, así planchaba así así, así planchaba que yo la vi señor juez, tiene usted que hacer algo, no es normal que una niña tenga que hacer las tareas de la casa, y menos aún la plancha, que una cosa es colaborar y otra muy distinta es tener que lavar, fregar y planchar cuando tendría que estar estudiando o jugando con sus hermanos, ellos seguro que estaban dándole al balón o a play, mientras la niña tenía que hacer la casa, señor juez, por favor, haga usted algo porque esto es un caso claro de explotación infantil.
Los servicios sociales se hicieron cargo de la pequeña y al poco tiempo su padre viudo huía ahogado por las deudas de juego. Una familia la adoptó y tuvo una infancia muy feliz.
Por la raja de su falda yo tuve un piñazo con un Seat Panda, me volvía loco con su Chupa Chups, qué vicio, qué vicio tenía la chavala, la tuve que despedir porque se negó a compartir la habitación del hotel en nuestro primer viaje de negocios, no es no, me decía, estaba buena pero era una mojigata, señor juez, eso le contaba el baboso del director general a su asesor, presumiendo, orgulloso, ni siquiera se esperó a que yo terminara de limpiar y saliera por la puerta, ese hombre es un acosador, conmigo también trató de propasarse, señor juez..
Esa y otras denuncias por acoso hicieron que terminase destituido. Su mujer se divorció al poco tiempo, y aunque no llegó a entrar en la cárcel, sus antecedentes y lo mediático del caso arruinaron su vida.
“No es no” le seguía gritando la gente años después, cuando se lo cruzaban en cualquier momento, en cualquier lugar.
Que no la encuentre jamás o sé que la mataré… Por favor, sólo quiero matarla, a punta de navaja, besándola una vez más, eso iba cantando el malnacido señor juez, mientras entraba en su casa y daba un portazo. Llamé inmediatamente a la policía y se lo hice saber mientras aporreaba su puerta, cuando lo vi salir salpicado de sangre y con cara de loco me encerré y por la mirilla vi como se arrojaba por la barandilla de la escalera, entonces entré en su casa y ahí estaba, tirada en el suelo, intenté cortar la hemorragia taponándole la herida hasta que llegó la ambulancia y la policía. Todavía tengo pesadillas, señor juez.
A las poco rato fallecía en la mesa de operaciones; perdió demasiada sangre.
La sangre siempre es la sangre.
La olvidada, la antigua y la nueva, que aún hoy siguen siendo derramadas por el mismo motivo.
Mientras su hija adolescente, abatida y desolada la limpiaba del suelo, alguien al otro lado del globo, seguía cantando la canción:
“Así limpiaba, así así”.