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Ya en la orilla y después de varios días de terrible travesía, Nabila, exhausta y con su hijo en brazos saltó de la barcaza clavando las rodillas en la arena. Antes de desplomarse y cerrar sus ojos para siempre pudo ver cómo Hakim abría los suyos.
20 años después Hakim sigue paseando cada día por la playa donde todo comenzó. Tras las olas rompientes aún le parece distinguir la voz dulce de su madre. Y piensa que en la espuma blanca bañada por el sol, su alma continúa visitándole.
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EN DEUDA CON EL MAR
La vida de Hakim siempre estuvo ligada al mar. Vivía por él, se alimentaba de él, se sentía en deuda con él. Incansable, podía nadar, bucear o surfear durante horas. Es quien mejor me entiende, solía decir.
Un día, con su tabla de surf debajo del brazo, lanzó su mirada más allá del horizonte y decidió saldar su deuda con el mar. Moriré acariciándolo, le dijo a una anciana en la playa a modo de despedida. Y se adentró en sus aguas con la sensación de que éstas se abrían a su paso.