Nada más fácil –dijo la pitonisa– simplemente tienes que ponerte a medianoche delante de un espejo con los ojos cerrados, tú sola y a la luz de una vela. Justo después de que suene la última campanada –y entonces se puso muy seria– abre los ojos y verás en el espejo al hombre con el que te casarás, a tu lado.
Decidió hacerlo esa misma noche.
No tenía miedo pero estaba muy nerviosa por la emoción. Comenzaron a sonar las campanadas y ella empezó a preguntarse; ¿será guapo? ¿será apuesto? ¿tendrá elegancia y don de gentes? ¿será bueno? ¿me tratará como a una reina? ¿tendrá los brazos fuertes y las manos grandes? ¿tendrá los ojos claros o el pelo oscuro?
Las campanadas dejaron de sonar.
Ella abrió los ojos muy despacio…
Gritó con todas sus fuerzas, absolutamente aterrada.
En el espejo sólo estaba ella. Nadie más.
La posibilidad de no casarse y tener que estar sola el resto de su vida le pareció espeluznante.
Agradecimientos:
Marisa y Bea